lunes, 22 de abril de 2019

Zaltar su llegada a la gloriosa Ar -3era- Parte






        El hombre caminaba con dificultad por las frías y ya deterioradas calles empedradas, su andar era pausado, algo en el, le hacia permanecer medio encorvado, se apretaba con una mano el costado izquierdo de su cuerpo, en su rostro se reflejaba un gesto de dolor el cual era acompañado por un tono pálido, con los labios apretados. A pesar de su postura se apreciaba que era un hombre alto, de cuerpo delgado pero fibroso. Vestía de traje negro, incluidas camisa y corbata, un negro sombrero de fieltro de ala ancha le ocultaba sus exóticos rasgos. Bajo el sombrero su cabello era de un castaño oscuro, casi negro, le llegaba hasta los hombros, pero lo mantenía atado en una coleta, sus ojos eran grises como el acero, que con la luz de la mañana refulgían con el brillo del sol, pero esta noche no era así. De pestañas y cejas bien pobladas, y aunque sus facciones eran toscas, extrañamente ocultaba un atractivo que no se podría explicar. Todo en el irradiaba sensualidad. 


       Se detuvo en la esquina posando una mano sobre la señal que indicaba que se encontraba en el cruce de las calles Madison, y Abraham Lincoln. 


         En esa esquina del cruce, pudo observar una tienda de artículos de lujo, en ella se lucia el número 10. Lo miro por unos instantes y sonrió son sorna, a pesar de que en su rostro reflejaba el dolor, descubriendo así, que se encontraba cerca de su destino. Al cabo de unos minutos descansado miró a su alrededor disimuladamente, muy cerca de allí se encontraba una pequeña plazoleta en donde una madre se divertía mientras columpiaba a su pequeño de no mas de 4 años, quien sonreía abiertamente y pedía a su madre le columpiara mas y mas alto, los miro largo rato… del otro lado, un viejo árbol de sauce daba sombra a una feliz pareja que no dejaba de besuquearse mientras el novio intentaba cogerle una nalga bajo la corta falda plisada, la chica le quitaba molesta sus insistentes manos y le reñía para que no lo hiciera mas, el extraño hombre, alzo sus ojos al cielo en una expresión de fastidio. Continuo su camino, comprobando que no había nada extraño, siguió unas calles mas, Y al doblar una esquina, justo había llegado al número 14 de la Calle Madison, inspiro profundamente, ya que al fin había llegado a su destino. Una vez que se encontraba frente al lugar donde culminaba su búsqueda, pretendió llamar a la puerta con decisión, pero se detuvo un instante, algo en el ambiente le hipnotizaba. Era un edificio viejo, de un extraño estilo colonial, de dos plantas de altura, con las paredes ennegrecidas por el humo de los coches, y pintadas con blasfemias y arabescas firmas, hechas quizás por jóvenes descarriados o pertenecientes a bandas callejeras, aquellas muralla sin dudas había sido un convento o peor aun una prisión…, y de los mas restringidos, alzo la vista y observo las ventanas de la segunda planta, eran altas y estrechas, y en las esquinas coronadas con cuatro torres cuadradas terminadas en cúpulas redondeadas, rematadas con sendas cruces en lo alto de cada una de ellas, hiedras enredadas se trepaban por las torres, y no eran de extrañarse que se solían bajar de aquellas torres o incluso subir, ya que muchas por no decir “Todas” las ventanas estaban enrejadas con barrotes de hierro ahora oxidados. Pero ahora, por alguna razón, aquel imponente edificio era hoy en día un hospicio resguardado por padres de una iglesia, que serbia para acoger a huérfanos y niños abandonados. 


       La puerta no se abrió, solo se abrió la portezuela de una mirilla por la que asomaron unos ojos grises, de aspecto cansados y surcados de arrugas al su alrededor El hombre se sobresalto, no se lo esperaba, no había alcanzado a tocar la extraña manilla que servía de timbre, cuando fue sorprendido mientras permaneció sumergido en lo que tenia frente a si. 


-¡Buenas tardes señor, soy el padre Jhon, ¿en que lo puedo ayudar?- era obvio que le observaron desde algún lugar, para saber que estaba alli sin siquiera haber tocada a la puerta. Miro a varios lados de la entrada y justo a alli frente a el, alli estaba la cámara de vigilancia. Sonrió nuevamente algo sorprendido. Se enderezo y miro serio al anciano quien mostraba su rostro arrugado por la mirilla de la enorme puerta. Este tuvo que mirar hacia arriba, el extraño era en verdad alto y su rostro repasaba la altura justa para mirar de frente a quienes tocan o esperan en la entrada. 


-¡Traigo un mensaje para el padre Mauricio de un viejo amigo para entregarlo en mano!- dijo el recién llegado en un extraño y duro acento. 


-El padre Mauricio esta dando clase a los pequeños en estos momentos y no se le puede molestar.- Replicó el anciano. –-A su derecha queda la rejilla del buzón, le llegará junto con el resto de su correo.- Su voz sonaba vieja y cansada. 


        El visitante quedó quedo en silencio un instante, parecía sopesar los pros y los contra de la respuesta del religioso. Finalmente se decidió a hablar. 


-El mensaje es de un hombre que siendo niño abandonaron en este lugar, y que una noche desapareció sin dejar rastro junto a su hijo. Si lo que me contó es cierto, ya recibieron noticias de él en el que le decían que estaba vivo en un planeta al otro lado del sol.- En sus ojos vio la sorpresa que sus palabras habían causado en el anciano que le confirmo, que efectivamente sabía de quien hablaba y eso le animo a continuar hablando. 


–Mi misión es entregar personalmente el mensaje al padre Mauricio o destruirlo si no consigo entregarlo -se encogió de hombros- a mi me da lo mismo, porque de las dos maneras mi misión estará acabada.- Amenazó con el mismo tono de voz extraña y fría que haba empleado durante toda la conversación. 


-Espere un momento- le dijo el anciano, mientras cerraba la mirilla. La puerta se abrió a un patio interior donde algunos niños hacían deporte. Al cabo seguía al religioso hasta una vieja habitación que hacia de despacho. Una mesa de barniz gastado con dos incomodas sillas, algunos utensilios para escribir y una biblia. Tras la mesa una librería y como único adorno, un Cristo crucificado en la pared. El padre Jhon, nervioso, le rogó que esperara mientras el salía en busca del padre Mauricio. El hombre se quitó la chaqueta que junto al bolsillo derecho tenia una fea quemadura. El interior de la chaqueta en estaba manchada de sangre , y en la camisa la mancha de sangre formaba un óvalo que se había extendido hacia abajo y la espalda. Se la quitó con un gesto de dolor, hizo un ovillo con ella y la puso sobre la herida apretando para intentar cortar la pérdida de sangre. 


       En ese momento dos ancianos vestidos con sotana y alzacuellos entraron en el despacho, uno era el padre Jhon, el otro le fue presentado como el padre Mauricio. 


-¡Esta usted herido.! Exclamó el padre Mauricio nada mas verlo y aceleró sus pasos, al tiempo que le decía a su acompañante, -padre valla usted a la enfermería y traigan el botiquín de primeros auxilios.- le dijo con rapidez. –Aunque… se alarmó al ver la profundidad y el tamaño del corte que el hombre presentaba en el costado… será mejor que llame a una ambulancia para llevarlo a un hospital.- 


      El religioso de inmediato dio media vuelta hacia la puerta siguiendo las instrucciones del padre Mauricio cuando el hombre habló deteniendo sus pasos. 


-No será necesario- dijo en aquel raro tono de voz, -con que traigan algunas vendas para la herida será suficiente.- Tomo de la chaqueta una pequeña caja forrada de piel que una vez abierta mostró cuatro ampollas de barro de diferentes colores. 


-Pero…- protestó el padre cuando el hombre levanto de nuevo la mano. – ¡Tenemos nuestra propia medicina, observe!.- replicó aunque con un gesto de dolor en su pálido rostro. 


       El hombre arrinconó con el brazo lo que había sobre la mesa y se tendió en ella con cuidado, tomó una de las ampollas de un color rojo carmesí y con cuidado quitó el tapón que la cubría, vertiendo el contenido, de color ámbar sobre la herida, de la que inmediatamente surgió vapor amarillento. Respiró profundamente aguantando el dolor mientras el bálsamo sanador cerraba la herida cortando el flujo de sangre. Al poco la herida se había cerrado, aunque no daba muestras de estar cicatrizada. 


-Ahora necesitaré proteger la herida para que no se me infecte, un buen vendaje hará el resto.- Comentó todavía entre muestras de dolor. El padre Mauricio apuró a su compañero y este salió hacia la enfermería. El hombre se incorporó y tomó otra ampolla de la caja que se tomó de golpe. 


El padre, curioso, preguntó -¿y esa para que es?.- 


-No estoy aquí para darle una clase de medicina Goreana.- Gruñó pero recordando que estaba ante un casta blanca, aunque fuera bárbaro, añadió más apaciguado.-Es para el dolor, nuestros físicos están más avanzados en medicinas que los vuestros que son unos carniceros.-Y con una amplia sonrisa, le dice a la vez que guarda todo dentro de su bolso- Ya ha visto como se ha cerrado mi herida y no a base de pinchar la car…..- 


     En ese momento se abrió de nuevo la puerta y entró el padre Jhon seguido por una muchacha pelirroja con la cara llena de pecas, que se paró un segundo sorprendida de verlo tan pálido y el torso cubierto con la sangre que empezaba a secarse. 


      El padre Mauricio la tranquilizó con una sonrisa… ¡Adelante hija mia!, Limpia y venda la la herida! 


    La muchacha con pasos inseguros caminó hacia el extraño hombre y durante un instante sus miradas se cruzaron, sus ojos grises parecían carecer de pupilas, se sintió turbada, y un escalofrío le corrió todo lel cuerpo. Aunque era joven, ya sentía las miradas de deseo de los hombres sobre ella, pero aquel hombre la miraba de forma diferente, como si estuviera evaluándola, o tasándola como si fuera un animal, para ella fue muy perturbador, y una nueva sensación de calor y escalofrío recorrió su cuerpo otra vez. Temblando, pasó un paño húmedo por el tórax y el estómago de aquel caballero extraño, limpiando casi toda la sangre, luego extrajo una caja de gasas estériles del maletín de primeros auxilios que había traído consigo, tomó una y la presionó suavemente sobre la herida. 


    Intranquilo y espantado, el padre Mauricio miró al hombre. -¿Entonces es verdad?, preguntó un tanto asustado -¿Ese planeta…. ¡Ummm! Como lo llamo Ricardo… (se dijo, intentando recordar)… Gor eso es… ¿Gor existe y Ricardo vive en ese planeta? , ¿y es cierto que se llevan a mujeres par..- 


     El hombre que no perdía de vista las evoluciones de la muchacha mientras trabajaba, perdió interés en ella atraído por la voz del religioso interrumpiéndolo de nuevo. 


-¡Si, Titus me dijo que ese era su nombre cuando vivía en la tierra de bárbaros, él vive allí con su hijo, Zaltar…!, calló un momento y miró a la muchacha –¿Pero crees que este es el momento adecuado para hablar de estas cosas? -Lo dijo volviendo a centrar sus ojos sobre el rostro de la joven que cada vez se ponía más y más colorada, a tal grado que la punta de sus orejas que sobresalían de su espeso y lacio cabello se le tornaron de un rojo intenso igual que su pelo. 


    La muchacha desenrollaba una ancha tira de venda alrededor del musculoso cuerpo del visitante, después de dos o tres vueltas, la subió hasta el hombro, para que se sujetara mejor, y dejándola caer de nuevo por la espalda le dio dos vueltas más sujetándola con esparadrapo para que se mantuviera firme en su lugar. 


-¡He terminado padre Mauricio!- le dijo al religioso, un poco más tranquila al ver que había dejado de ser el centro de atención del hombre. El padre asintió, -Puedes marcharte, hija mía, pero toma la ropa manchada de sangre, y llévatela, ve luego a la lavandería, haber sin encuentras una nueva chaqueta y una camisa limpia que le sirva.- 


-¡Aceptaré la ropa limpia, pero mi ropa la llevaré conmigo, tráeme una bolsa donde pueda llevarla!- dijo hombre mientras hacía girar su brazo para comprobar si el vendaje le impedía moverlo con normalidad. 


-Entonces, ¿la carta…?- reclamó el padre. 


      El hombre levanto la mano.- ¡Un momento!... Giro la cabeza mirando a la joven…-¡Ve a por la ropa muchacha! Harta!, se mordió el labio al recordar que la joven no le entendería, aquella palabra significaba que se diera prisa, era la típica frase por las que las esclavas corrían temerosas. El hombre no estaba acostumbrado a que ninguna mujer sea libre o no, le desafiara tantas veces mirándolo a los ojos sin su permiso, pero esta joven no sabía nada de sus leyes y costumbres, pero tarde o temprano se enteraría de eso estaba seguro. Aquel cabello rojizo, deseo tenerlo entre sus manos.


Continuara...

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