“…Sl-leen había nacido libre, como la única hija de una de las cinco castas más altas de Gor, la Casta de los Médicos, la cuarta de las mismas. Su color es el Verde por lo que la mayoría de los Medicos llevan túnicas de ese color, es una de las Casta donde muchas mujeres que se involucran en el trabajo de la Casta no deben comenzar la práctica de la medicina, sino hasta que han dado a luz a dos bebés. Esto por fortuna no es una ley en todas las ciudades. ella junto a su padre, vivían en un pequeño pueblo alejado del hermoso Mar de Thassa, pero muy cerca de las planicies de Turia, aunque no tanto como para dejar que posibles esclavistas o ladrones, que en su paso hacia Puerto Kar, se apoderaran de su hermosa hija obligándola así a tener un futuro incierto.
Sel-leen se afanaba en ser cada dia mas como su padre, había aprendido mucho de él, en ocasiones, solía retrasarse para que no se diera cuenta que le superaba en conocimientos; pero por consideración a su padre, siempre se excusaba de que no sabía tanto e incluso se sorprendía al demostrarle que él era el mejor, dependía de su única hija, a quien le dejaría como único legado los conocimientos adquiridos con los años de estudio, ella era su orgullo había aprendido bien de un excelente maestro y ahora él ya se encontraba bastante cansado de la vida que habían llevado.
A su madre, jamás la conoció; ella había muerto la noche en que nació, así que su padre le había criado él solo y este con todo su amor le había educado y cuidado bien, le enseñó a cuidarse sola, a leer, e incluso a escribir, le había hablado de los peligros de ser una mujer libre, dentro y fuera de las murallas de cualquier ciudad y más aún, en los alrededores de La Gloriosa Ciudad de Ar.
Esta fue la principal razón por la que el Verde la había mantenido alejada de las miradas de los demás aldeanos, y para evitar así, futuros altercados, decidió mudarse a las afueras de la ciudad, a un lugar apartado, en una sencilla cabaña, resguardada por colinas y rodeada de frondosos árboles y arbustos. Pero aun así, a Sel-leen siempre se le procuro vestir y andar con muy bajo perfil, por lo que optaron en hacerla pasar por un joven muchacho hijo de un médico. Ella solía ocultar su cuerpo y su larga y espesa cabellera de color negra, debajo de una vieja capucha de piel, se sentía feliz y cómoda de usar ropas de libre, fue entonces que desde muy pequeña ella aprendió a vivir simulando ser un varón, lo que le hacía la vida mucho más fácil y llevadera, No era lo mismo ser una mujer en Gor que un Hombre.
Usaba holgadas túnicas, atadas a la cintura, cuidando que quedasen un tanto floja, esto no le acentuaban sus ya notorias curvas; cubrían sus bien torneadas piernas y anchas caderas, sus pequeños y bien formados pechos, los ocultaban bajo las gruesas telas de piel de verr, Mamífero nativo de la cordillera Voltai. De pelo largo, con cuernos en espiral y de mal carácter, la variedad doméstica es más pequeña y menos beligerante que el salvaje, de éstos se obtiene leche y lana, esquilándolos en primavera. Su padre de esta manera le había siempre llevado consigo a sus visitas a la gran ciudad y ella contenta podía disponer de todo su tiempo para ser y andar libre, como lo haría cualquier hombre de Gor. Así que mientras estuviera así, estaría sana y salva por un tiempo más.
Por las noches “Selt”, que era como la llamaba su padre desde que nació, diminutivo del nombre de su madre, nombre que ella misma también llevaba, pero que solo era pronunciado por el anciano cuando se encontraban a solas en la privacidad de su pequeña cabaña, lejos del bullicio de la ciudad.
-¡Sel-leen, hija, debes comenzar a prepararte para cuando yo ya no esté!. –Le decía repetidamente su padre cada noche desde que hubiere cumplido los 16 años.
-¡Pero Padre,-Le decía mientras se acurrucaba entre sus brazos.
-¡Los reyes sacerdotes me darán el conocimiento para descubrir y detener el envejecimiento, de eso estoy segura, asi que no te preocupes ya! – Sel-leen lo miraba con sus grandes ojos color miel, iguales a los de su madre. Mientras le tranquilizaba con sus palabras. Aunque ella bien sabía que nada de eso era cierto.
Sel-leen era feliz al cuidar de él todo el tiempo, incluso era una excelente comerciante, negociaba con agilidad y sobresalía de entre los Mercaderes de las ciudades cercanas, así como de las ciudades o caravanas que gustaba pasar por la cabaña de su padre, en busca de medicinas, hierbas y brebajes para todo tipo de dolencias. Todo cuanto su padre sabía, le fue entregado a ella escritos, en pequeños pergaminos y rollos. los que solía estudiar cada noche antes de irse a dormir y después de haberlo acostado para que descansar de un largo dia de trabajo. Su padre era tan buen científico que había incluso encontrado la cura a ciento de extrañas enfermedades, y avanzado mucho en la investigación, junto a su hija a las extrañas enfermedades, de la que muy pocos se atrevería a hablar, la Dar-Kosis. Esta es una terrible enfermedad, similar en algunos aspectos a la lepra en la Tierra. Es temida por todos ya que es muy contagiosa e incurable en la actualidad. El nombre de "Dar-kosis" significa “Enfermedad Sagrada“. Se cree que la enfermedad es un castigo de los Reyes Sacerdotes, y que es utilizada por ellos para sancionar a quienes les causan molestias. Debido a que se considera una enfermedad sagrada, Otra consecuencia de que la enfermedad se considere sagrada es que la Casta de los Iniciados no permite buscar un remedio. Y se ha llegado a tomar medidas contra los miembros de la Casta de los Médicos que ha tratado de investigar su curación. Cuando los medios legales no son suficientes, los Iniciados llegan a contratar hombres armados para frenar a los médicos. Algunos, incluso, han sido asesinados por ellos.
Había cumplido los 16 años, y Sel-leen entusiasmada como cada año, se había levantado temprano y comenzado desde entonces a preparar la deliciosa comida para festejarlo junta a su padre; hacía días que había ido a las afuera de Turia, cuando vio que pasaba una caravana repleta de carros de mercaderes, noto que llevaban enormes cantidades de frutas y barriles de bebidas, sin dudas traídas desde todas partes de Gor, el vino negro, la bebida favorita de los libre, el Paga. sedas, joyas y perfumes; Se-leen se volvía loca por el encantador olor del Pan de Sa tarna, cuyas espigas doradas serbia para hacer gran variedad de alimentos.
En el trayecto, Pasó uno de los carros, y se preparó para adquirir cierta cantidad de botellas llenas con brebajes y ungüentos, los cuales cambio por monedas y como era de costumbre los Mercaderes que solina cada año frecuentar la misma ruta para llevar su mercancía al Mercado de Ar, y que a su paso ya conocían al viejo y a su pequeño hijo, le enviaban regalos a su padre, cuando este no les atendía personalmente, ya sea porque estaba de viaje o simplemente se encontraba atendiendo a algún esclavista cargado de esclavas para evaluar y medicar. Los regalos eran variados, tales como frutas, o cestos de bollos de chocolate y otros dátiles. Aquella tarde Se-leen había hecho una pequeña fortuna y se había dicho que este año celebrará en grande sus 16 años, ya era una señorita y sabía que su padre no estaría para siempre a su lado para protegerla.
Con unas cuantas monedas que había ahorrado se acercó a uno de los carros de donde un herrero tenía su mercancía, Selt que era como lo llamaban al creer que era un chico, se aproximó a uno de los fuertes y algo tosco hombre encargado de labrar los hierros, y de manera tranquila le preguntó por un pequeño puñal con empuñadura de oro, Selt sabía bien manejar la daga y era muy diestro con el uso de las poleas y el tridente instrumentos que le servían para la caza y pesca. No le fue problema adquirirla, ya que todos lo consideraban un joven muchacho de la casta de los médicos, que si hubieran sabido que era una mujer la que se aproxima a hacer tal negociación, sin dudas habría sido mal visto.
Contenta se dirigía a su casa, cargada de todo cuanto había comprado y feliz de llevar a su padre las frutas y los bollos que la habían obsequiado en el carro del panadero. Quien fuera gran amigo de su viejo padre y el único con quien compartía su más valioso secreto, este viejo hombre llamado Root pertenecía a la casta de los panaderos y tenía en Turia una tienda donde hacían pan para la ciudad.
Sel-leen emprendia su viaje de regreso, y feliz venia comiendo una rica y jugosa Larma cuando de repente vislumbro a lo lejos, un humo que comenzaba a salir y a transformarse de una leve cortina blanca a una más densa y de un negro mas y mas intenso… sus ojos se desorbitaron y el corazón de le detuvo, soltó la fruta y con el bolso repleto de provisiones echó a correr hacia donde salía el extraño humo, su corazón no dejaba de latir con fuerzas el humo provenía justo de donde estaba su cabaña… y su Padre.
Al llegar, y con dificultad respirar, camino apartando la espesa maleza que rodeaba la parte posterior de la pequeña loma que daba justo a la parte de atrás de su casa, no le importo los arañazos de los espinos, logró ver un alboroto, se escucharon gritos y pudo ver a su padre quien era arrastrado de la casa, por un instante pensó que la casa se había incendiado y que aquellos buenos hombres lo estaban ayudando a salir pero justo cuando se disponía a salir a su encuentro, se detuvo en seco al ver las túnicas de los hombres que habían estado dentro de la pequeña cabaña, eran piratas, piratas de Puerto Kar, hombres despiadados, inhumanos, capaces de esclavizar a quienes no cedieran a sus demandas y caprichos; llevándolos en un camino de donde nadie puede escapar con vida. Su sangre se heló al ver el filo de una espada brillas con la luz del Torvis y alzarse sobre la cabeza de uno de los hombres, para descargar con fuerza y furia sobre los hombros de su padre…
Jamás olvidaría aquella horrible escena, ahogó un grito, que por instinto se aguanto, cerró sus ojos con fuerza y enseguida el dolor la invadió, cuando los volvió a abrir sus lágrimas agolpaban por salírseles.
Eran seis los hombres que seguían sacando cajas con contenido valioso, con odio los contó, Selt se había guardado bien lo que había adquirido en el mercado así que cogido su puñal, se jugaría la vida, pero ella misma vengaría la muerte de su amado padre, se aproximó por el otro extremo, bajando de la loma, el camino estaba mucho más tupida, comenzó a descender evitando mover mucho el pasto.
Se encontraba ya, muy cerca, de uno de los hombres de Puerto Kar, un no muy alto, casi rechoncho y de lento caminar; quien por su descuido fue el primero en dar muerte, Selt a pesar de tener tan solo 16 años, era alta y el hombre no medía menos de 1.60 Mts. de altura, y aunque le fue fácil taparle la boca, en el preciso momento en que le cruzaba el cuello con la afilada daga, esta no pudo con el pesado hombre y este al caer llamó la atención de otro de los hombres, quien en el preciso momento en que iba a dar la voz de alerta, cayó al clavársela justo en el corazón, también muerto; Selt, rápidamente se acercó y agachándose le sacó la daga del pecho, y limpio la hoja en su túnica mientras le miraba con desagrado.
El odio iba en aumento, miro al frente y estaban solos, ahora solo quedaban tres hombres, uno miraba y daba órdenes mientras los otros dos sacaban un enorme baúl, el baúl en donde guardaban ella y su padre, todos los escritos y pergaminos. Selt con sigilo y destreza se dirigió al otro lado de la casa en busca del cuarto hombre, volteo para comprobar que los dos muerto, no habían sido descubiertos aún, nadie se había dado cuenta aun, sin dudas eso le daría un poco mas de tiempo, así que corrió hasta la puerta que daba a la otra entrada de la casa, por donde ella y su padre atendían a los enfermos cuando venían, era una especia de botica, se acercó y entró por la pequeña puerta que siempre permanecía abierta , pero asegurada con una tranca que estaba oculta y que solo ella sabía quitar. Estaba a oscuras y con un movimiento molesta, se quitó la capucha que le impedía ver bien en la oscuridad su cabello quedó al descubierto más seguía dentro de la túnica, busco a tientas mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, fue en ese momento que recordó que tenía un pequeño arco con su carcaj de flechas, un obsequio de su padre, se lo había comprado para enseñarla a dar caza a los Tabuk, animales de caza, de deliciosa carne muy parecido al venado en la tierra, pero con un solo cuerno y de color amarillo. El corazón le latía deprisa, la adrenalina hacía que sus oído se ensordecieran y no podían ver la diferencia entre la realidad y la fantasía. A tientas dio con el arco y junto a él, el carcaj con las pequeñas flechas, montó la primera y calando el carca sobre su hombro, se dirigió hacia la ventana donde podía verles a los tres hombre que seguían al frente, pero aun le seguía faltando uno, estaba segura de que había contado bien y eran 6.
Salió de su escondite en busca de una mejor posición, debía de estar más cerca, ya que por el tamaño del arco y las flechas, debía tener mayor alcance, si se acercaba lo suficiente; como experta en la caza del tabuk sabía que la clave para dar caza a estos animales era ser sigilosa y muy silenciosa, eso no fue problema, se apoyó de un tronco que le daba sombra ocultando su figura y el brillo de la punta de la flecha que se iluminó al darle una halo de luz, que se filtró por entre las hojas de los árboles, y así sin más, cayó otro hombre, la afilada flecha segó su vida al instante, yendo a parar justo en mitad de su corazón; viendo a su compañero caer, un alto guerrero se disponían desenfundar su espada mientras los otros dos hombres corrieron para resguardarse de su atacante, cayó el segundo atravesado con la pequeña flecha justo detrás de su nuca; y cuando se preparaba para montar la siguiente flecha y dar alcance al tercer hombro sintió como unas fuertes manos desde atrás le retorcía el brazo y con un movimiento ágil y rápido le quitó el pequeño arco, y cuando se hubiere girado para defenderse sintió cómo un fuerte golpe le desvaneció los sentidos.
Yacía flácida sobre el suelo humedo, el olor a madera quedada aun le impregnaban los pulmones, intentó ponerse en pie, pero sus fuerzas no le respondía, logro ver a su agresor, la había dejado sobre el suelo afuera de la cabaña que servía como dispensario de su padre, desde el suelo pudo ver a al hombre quien le dio captura, uno era un hombre alto de ancho hombros y de cabeza grande, que ocultaba bajo su casco de guerra. La llevaba con orgullo. Sus brazos eran fuertes, musculosos, de tez morenos, quizás bronceado por el incesante torvis en las incontables anhs en el Mar. Sus manos eran grandes y toscas, hechas para llevar armas. Vestía cuero de color escarlata. su casco, con la abertura en forma de Y, era de color gris. Ni sus ropas ni sus cascos llevaban insignia. Supuso por ello que eran mercenarios o unos proscritos. Selt cerró los ojos con fuerza dejando resbalar lágrimas de sus ojos, No tenía idea de su destino.
Habia otro guerrero era igualmente alto y fornido de cabellos rubios y tez blanca, este no llevaba el casco, por lo que Selt pudo reconocer que de no haber sido por el otro hombre quien la descubrió hubiera dado fin como a sus demás compañeros.
Selt intentó hablar con el hombre alto que llebava el casco de guerrero, este se puso en cuclillas para verle más de cerca le levantó el rostro y pudo ver su espeso cabello que ahora estaba expuesto, pues ella había apartado su capucha para tener mejor precisión cuando hacia un rato se disponía a defender y vengar la muerte de su padre.-
- ¡Eres muy diestra muchacha, veremos qué tal te va ahora que dejes a un lado las armas, para llevar un lindo collar Turiano... y porque no, grilletes de esclava!.- Le había dicho el guerrero con burla en sus palabras.
- ¡La venderemos al mejor esclavista, afín de prepararla para servir a los hombre!- Rió a carcajadas el alto y rubio guerrero.
Sel-leen lo miro con odio en sus ojos y le respondió.
– ¡Al menos no huí como un cobarde cuando ví a mis compañeros caer con herida de muerte!- Se burló de lo dicho por el rubio.
El guerrero, que aun llevaba el casco puesto, se rió al ver que su compañero se ponía rojo de la cólera y justo arremetía contra la joven para darle un puntapié en el estómago, cuando el guerrero desenvaino su espada de una manera rápida y a tiempo, y presionando contra la garganta del rubio exclamó.
–¡Tranquilo Turnock!.-Así se llamaba. - ¡Vamos, que es solo una muchacha, inexperta!.
Turnock retrocedió hasta dejar de sentir el filo de la gran espada Goreana en su garganta. Sel-leen respiro aliviada, mientras se sostenía sobre sus manos a medio levantar.
- ¡Pero no siempre será así, muchacha!. –le dijo con voz fuerte a la vez que la giraba sobre su estómago y retorcía sus brazos y juntaba sus tobillos para atarla.
- ¿No la desnudaras? –pregunto el rubio mientras devoraba un bollo de pan con chocolate que había sacado del bolso de Sel-leen.
El hombre del casco la miro y con una sonrisa retorcida se acercó a la joven niña, esta pudo verle mejor, ahora que se encontraba más cerca, sus enormes ojos de un verde intenso como las aguas del Mar de Thassa, un destello de esos ojos, le hizo estremecer completamente, a la vez que su corazón dio un vuelco dentro de su pecho; ojos envueltos en espesa pestañas, lo hacía parecer endemoniadamente atractivo, aun sin mirar su rostro.
-¿Por cuánto tiempo pensaba ocultarte tras esas vestiduras de muchacho andrajoso?- Le preguntó. –¡Hay que ser un tonto para no darse cuenta que detrás de esa capucha, ningún jovencito tiene un hermoso trasero! - Y pasando un dedo por sus tersos labios, agrego.
-¡Ni labios tan provocativos!– Le dijo casi en un susurro, mientras se ponía de pie y seguía su camino.
Sel-leen jamás había conocido a un guerrero, de hecho jamás su padre la había dejado estar junto a ellos, ni aun cuando estos iban en busca de medicinas, o por algún consejo médico. Siempre atendía a las mujeres, esclavas y niños de las aldeas cercanas así como a los viejos amigos de su padre que serian como su familia. Su Única Familia. Ahora Sel-leen estaba sola, y la única familia que le quedaba había muerto a manos de aquel hombre desalmado quien había acabado con la vida de un pobre e inocente anciano.-
-¿Por qué? -Musito entre dientes. -¿Por que asesinar a mi padre?. Les gritó con rabia contenida, a la vez que corrían lágrimas de sus ojos. El guerrero por un instante se detuvo, la miró, en su expresión denotaba asombro, se giro dándole de nuevo la espalda a la muchacha, se dirigía tras el rubio Turnock, cuando esta le grito. –¡Sucio Slin! Te mataré también, os mataré a ambos! – El guerrero se detuvo y sin girarse le dijo.
- ¡Quiero ver que lo intentes esclava!- Pasando a un lado de su compañero le ordenó que la levantara y la llevara al carro para continuar su viaje de regreso.
Continuara...